LA COLUMNA DE LA DRA. LOVE
Terminar una relación, por decisión propia, ajena o en común es una transición difícil. Sí, dependiendo del caso, a veces cuesta más que otras. Una escucha una y otra versión, la discute entre amigas, con la pareja y demás, y siempre hay múltiples explicaciones e interpretaciones de cada historia. Pensando en este tema, que siempre ronda en los vínculos cercanos, encontré una perfecta analogía y descubrí una suerte de "Hoja de ruta" que tod@ recién separad@ debería tomar: una vez más, la sabiduría de la naturaleza me dio lo que interpreto como una lección (espero nadie tome a mal la analogía, que de ninguna manera intenta minimizar ni menospreciar los sentimientos de nadie). Tengo una muy preciada planta de jazmín que compré dos años atrás. El primer verano en casa me dio una incesante cantidad de pimpollos, quizás agradecida por la amplia maceta en la que la había colocado apenas comprada, plena de tierra nueva y fértil. El año fue transcurriendo, no le brindé mayor atención que el riego y, de vez en cuando, una fertilización orgánica con la borra del café (método aprendido de mi adorada abuela). Llegaron los últimos días de noviembre y la plantita no tenía pimpollos. Y, ya entrado diciembre -para mi desdicha- me dio solamente dos flores. Lo atribuí a no haberle renovado en todo el año la tierra, me "auto reté" y me propuse darle "más bola" para a fin de año tener una buena cosecha de jazmines. Pero las cosas empeoraron cuando se apestó con no-sé-qué parásito, que le fue ennegreciendo las hojas, mientras una nube de
bichitos blancos se anidaban en el reverso de las mismas que (previo a ponerse amarillas) caían una tras otra sin remedio. Acudí, en primer lugar, al remedio casero: agua con jabón blanco, que rociaba pacientemente cada tarde. Tras una semana, no había evolución favorable. No tuve otro remedio que caer en el pesticida. Debo reconocer que mermó un poco el ataque, pero no lo hizo del todo. Hasta que me ví en la obligación de tomar una decisión drástica: agarré la tijera de podar y "le dí duro". Dejé los tallos cortos, con unas pocas hojas (como para no darle lugar a los parásitos de anidarse). Luego, con el chorro de la manguera, lavé la planta por completo, acariciando suavemente cada una de sus partes, barriendo todo rastro de bicho,
mejunje casero y remedio químico. La pobrecita se quedó ahí, pequeña, reducida a su casi más mínima expresión. Estuvo unos días "mirándome", como si se escondiera de mí. Hasta que una mañana, mientras me disponía a regar, empecé a ver pequeños brotes... ¡hojas nuevas! Mi alegría era y es enorme. El jazmín peleó y le ganó a la adversidad. Sus hojas crecen día a día, pese al otoño venidero, con fuerza, con vigor. Que tuvo una transición un poco cuesta arriba, sí, la tuvo. Pero el resultado final, una vez terminada la batalla, lo puso en un punto aún mejor del que estaba antes de iniciarla. Tal vez es la manera en que hay que tomar ciertas cosas que nos ocurren. Hasta que no cortamos radicalmente aquello que nos lastima, no podemos sacar a relucir nuestra nueva piel y vivir a pleno lo que tenemos hoy que, si nos sinceramos con nosotras mismas, sabemos que vale, y mucho. Cuanto menos pendientes estemos de lo que creemos haber perdido, vamos a poder disfrutar más intensamente del hoy que es el tiempo que vale, el único que existe de verdad. Porque el pasado ya pasó y el futuro, nunca llega. Hasta la próxima.
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